Eran las 8:30 a.m. un sábado de verano. Me levanté para ir a trabajar. Me ducho rápidamente ya que me había quedado dormido, no alcancé a desayunar.
Llego a mi trabajo y cumplí mi jornada hasta las 3:00 p.m., no paré de trabajar en ningún momento, no tenía hambre.
Mi celular vibró indicando una notificación de un amigo «Estoy con mi primo y otro amigo en casa, aparécete para que nos fumemos algo y conversemos» decía. Quedo para llegar a las 4 p.m. a su casa, pero llego algo más tarde por el tráfico. Escucho risas y olor a marihuana. Entro a su cuarto.
Mi amigo me dijo que tenía una mala y buena noticia, la mala era que se habían fumado toda la marihuana, y la buena -me enseñó una bolsita que parecía contener hongos-. —¿Hongos?— le pregunté. Me confirmó que eran hongos mágicos, y al preguntarle por los efectos me dijo que era difícil de explicar, tenía que probarlos para saberlo. Ya que todos lo iban a comer para pasar la tarde, acepté.
Los comí con chocolate porque no sabían muy bien. Eran de variedad Golden Teacher y comí 2.5g, cabe resaltar que aún estaba en ayunas.
El primo de mi amigo dio gracias a la Pachamama. Yo no entendía muy bien lo que quería decir. Ya todos se habían comido sus porciones.
A los 20 minutos comencé a sentir cosquilleos en el estómago, me sentía raro. Les dije a mis amigos cómo me sentía y me dijeron, riendo, que era normal. En la habitación sonaban música ambiental. Comencé a sentirme atrapado dentro del cuarto y sugerí que fuéramos a la plaza. Antes de ir armaron un porro de marihuana y me reí dándome cuenta que me habían engañado al decir que se la habían acabado. En ese momento ya comenzaba a pegarme el hongo.
Llegamos a la plaza, era un día soleado. El parque es grande y lleno de árboles, todo verde y había poca gente. Nos sentamos en el pasto, pusimos nuevamente música, esta vez “Nikola Cruz Boiler Room Tulum”. No sabía qué música era en ese momento, sonaba a música altiplánica. —¡¡Qué bien suena!!—. Prendimos el porro y comenzó el viaje.
Como era mi primera vez, no sabía qué hacer, no quería incomodar el viaje de mis amigos preguntándoles cosas, me sentía muy raro, sentía que del fondo de mi estomago subía algo, algo por mi espalda, lentamente. Me cuestionaba si había hecho lo correcto al comer hongos. Sentía que lo «raro» estaba llegando al centro de mi cabeza.
En un momento que ya no pude con la extrañez en mi cuerpo, me puse en “modo meditación» (nunca en mi vida había meditado). Cerré los ojos y empecé a respirar lentamente, lentamente, lentamente, una y otra vez. Me dio mucho sueño y bostezaba mucho, me relajé.
Ya habían pasado más o menos 45 minutos después de haber comido los hongos. Lo “raro” se fue, me sentía bien. Aún mantenía mis ojos cerrados, hasta que los abrí. Miro a mis amigos y «¡Wooow!». Vuelvo a cerrarlos y los vuelvo a abrir lentamente «¡Wooooow!». Me empiezo a reír y mis amigos ríen también. Veía espirales en las caras de mis amigos, se los comenté y rieron.
Todos los colores se intensificaban cada vez más. Volví a cerrar los ojos, pero esta vez veía triángulos azules con contorno rojo moviéndose de un lado a otro (lo veía a ojos cerrados).
—No me van a creer lo que estoy viendo— les dije.
—Sólo déjate llevar— respondieron riendo.
La música y el sonido de los árboles se mantuvieron por una hora.
Vuelvo a abrir los ojos, pero esta vez fue distinto, demasiado distinto. Estaba en el clímax del viaje. El pasto danzaba de un lado a otro perfectamente sincronizado. Respiraba profundo y sentía una excitación de alivio interna enorme. Los arboles abrían sus ramas, sus hojas y vibraban, sentía que me saludaban cada vez que los miraba, que me estaban dando la bienvenida a su «mundo», todo «respiraba». Me sentía pleno, sentía que era parte de la naturaleza, con ambas manos tocaba el pasto y sentía que era parte de ellos, que correspondía a su mundo, y no podía creer lo que estaba sintiendo y viendo. Cuando me enfoqué en mis amigos, veía por todo el contorno de sus cuerpos un tipo de aura blanca, una especie de luz blanca.
Nos levantamos y volvimos a casa de mi amigo, pero aún no terminaba el viaje.
Llegamos y a mi amigo se le ocurrió ver «Enter the void» —¡Mierda! ¡Qué película más rara y traumática! —, jamás la había visto. Si te declaras como psiconauta ¡tienes que verla!
La película es fuerte y más aún por el efecto del hongo, pensé muchas cosas. Pensé en mi familia, en cuanto la quiero, en cuanto la amo, en lo mal que me había portado con ellos; pensé en mis amados padres que siempre dan su 100%; pensé en lo malo que fui con personas que no lo merecían; pensaba en mi ex, que fue una gran compañera, yo seguía enamorado de ella y la extrañaba; pensé en mis mascotas que amo tanto. Tenía mucha pena acumulada por no estar con las personas que quise mucho, que amé mucho. Miles de recuerdos me invadieron de un segundo a otro, la nostalgia se hacía presente, fue como un autoanálisis (un FODA por decirlo así). Lloré, lloré mucho. Mis amigos me preguntaban si estaba bien, me decían que era normal que llorara, que estaba sanando, que sacara todo lo malo, todas las penas, todas las angustias, todos los malos recuerdos, todo lo que no me hacía bien. Yo me reía y lloraba y conversaba con ellos. ¡Fue increíble!
Cuando la película terminó y empezamos a bajar, volvimos a fumar algo de marihuana, se sentía distinto, demasiado relajante y volvió a activar los últimos efectos del hongo que quedaban en mi organismo. Volví en trance y esta vez estaba más consciente, pero elevado a la vez. Conversamos con mis amigos más detalladamente de lo que nos pasó a cada uno y todos llegamos a la conclusión de que fue algo inexplicable e inolvidable.
Ya eran las 11:30 de la noche, debía volver a mi casa, donde me esperaba mi familia, y solo pensaba en llegar y ver a cada uno.
Me despedí de mis amigos, les di las gracias por el día, por lo que sentí, por lo que viví.
Cuando llegue a casa, aún sentía que se movían cosas. Todos estaban acostados. Saludé a mis padres, hermanos, mascotas.
Tenía hambre (no había comido en todo el día, solamente agua). Me acosté y me quedé dormido.
Para finalizar, al día siguiente desperté, día domingo soleado, hermoso. Me asomé por la ventana y me acordé automáticamente de lo que había vivido. Parecía como si hubiese sido un sueño, no paraba de reírme, y no me lo creía, fue mágico, fue increíble, no era la misma persona que el día de ayer. Cambié, cambié mucho. Aprendí a valorar y ver la vida de otra manera, a las personas, a la gente bonita que me acompaña. Ese mismo día realicé una cena familiar, todos los actores reunidos: mi querido padre, que en ese tiempo estaba vivo, mi madre, hermanos y mascotas.
Jamás, jamás olvidaré ese día, fue el más feliz de mi vida.
–Arte de Seth McMahon–