Mi novia y yo estábamos dispuestos a probar hongos psilocibe. Ya me había informado sobre los efectos a través de videos de Terence McKena y testimonios de otras personas.
Ya me había hecho una idea de cómo sería el viaje, pero al final no fue nada de lo que esperaba.
Tomamos los hongos con jugo de naranja. Preparé el ambiente con cosas coloridas y velas. Mientras esperábamos loe efectos, mi novia meditaba con un tema llamado “Lemurian homecoming” y yo me encontraba a su lado intentando meditar también, pero la ansiedad no me lo permitía. No me sentía cómodo, me movía a cada rato y tenía la mente muy activa.
Al cabo de 40 min aproximadamente, mi novia abre los ojos y sus papilas eran tan grandes que daba miedo verlas. Ella observaba detenidamente los objetos a su alrededor, la veía maravillada por su entorno.
—¿No lo ves? — me dice. —Somos luces ¡Estamos hechos de luces! —.
Yo no sentía ningún efecto y al verla a ella me surgieron unas ganas tremendas de llegar a ese estado.
Primero pensé que había tomado muy poca dosis, así que no se me ocurrió mejor idea que fumar cannabis.
Ella se describía a sí misma como una observadora sin ego, y yo, por mi parte, me hundía en el ego. Se me pasó por la cabeza que quizá no se me permitía entrar a ese mundo mágico del cuál se habla tanto. Sentí culpa, me sentí culpable por haber sido una mala persona con actitudes negativas que no me permitían ver esa “realidad”. En ese instante mi novia se acerca y me toca el hombro, «No te sientas culpable» me dice. Yo no le había dicho nada y ella sabía cómo me sentía. Ahí sentí una curiosidad tremenda por saber cómo ella veía e interpretaba las cosas. Sus ojos parecían que me escaneaban, me veía como si yo fuera transparente.
Le pregunté qué era lo que veía y que me describiera su “viaje”. Ella fijó su mirada a la pared como si viera el horizonte y me dijo «Mira… ahí está el universo… el principio… es tan hermoso». Le pedí que lo describiera, pero parecía que no encontraba palabras para hacerlo.
Volvía a sentirme culpable por no poder ver aquella majestuosidad. Me retiré de la habitación porque pensé que mi amargura interrumpiría su bonita experiencia personal, pero al instante de salir, sentí soledad. Yo solo existía a través de los ojos de los demás, al estar solo, no era nada. Mi existencia dependía de estar con alguien cerca, de saber que era visto.
Volví a la habitación, pero sentí otra vez que interpretaba un papel dentro del juego de las relaciones humanas, entonces me daba asco y salía de nuevo, solo para volver a sentir el vacío. ¿Cómo es que podía sentir que tengo que irme de un lugar solo por una persona?
Quise soltar el ego y empecé a hacer comedia de mi situación diciéndome a mí mismo «¡No puedo entrar al reino divino! ¡No me dejan! ¡Por favor déjenme entrar!», y saltaba con las manos en alto tocando el techo. Sentía que estaba dentro de un cubo, dentro de un espacio limitado para mi existencia, solo existía el cuarto en donde estaba, todo lo demás era oscuridad y desconocido para mi mente. Empecé a reírme de mi situación y sufrí con agrado mi apariencia física en el mundo. Me di cuenta de todo lo que creía sobre espiritualidad, tan vacío era. Me creía merecedor de algo que ni siquiera conocía por mis “logros” con la meditación o mi ayuda a otras personas. No era nada, y mis sentidos no se encontraban ahí para distraerme. Yo era el observador de la película de mi vida. No sentía ningún efecto visual, solo yo en mi máxima demostración de mi persona.
No pude sentir pena ni desilusión ni culpa, eran cosas muy vacías, eran otra trampa más para ocultarme y yo ya no podía ocultarme más. Desnudo, pero libre, libre de mí.
De repente, durante esa información enorme que sentía llegar, empezó a quemarse la base de las velas que había prendido en la habitación. Sin pensarlo las apagué al instante, pero el humo del plástico quedó en toda la habitación.
Llevé a mi novia y a mis tres mascotas hacia el living y ahí me reí de lo idiota que había sido al poner las velas. Me di cuenta que esperaba algo de las situaciones, esperaba tener un buen viaje (disfrutar y pasarla bien), pero en cambio sufrí, pero obtuve mucha información valiosa sobre mi vida. Sufría de ansiedad y no lo veía. Me creía una persona tranquila, pero por dentro estaba sufriendo y distrayéndome para no ver.
Al final me sirvió para conocer la verdadera tranquilidad, aquella que es eterna. El tiempo nos juega una mala pasada con la ansiedad y nos hace creer que para existir tenemos que mantenernos ocupados y a la vista de otros. Ahora ya simplemente me relajo y soy.
–Arte de Jake Amason–