Una tarde decidí, con un amigo, comer hongos alucinógenos frescos mientras estábamos en el parque. No los pesamos, los comimos por cantidad. Yo comí 15 y mi amigo 5.
En unos minutos quisimos ir a su casa porque empezamos a sentirnos incómodos en el parque. Mientras caminábamos hablábamos de religiones y cosas por el estilo hasta que la conversación se puso turbia y terminamos discutiendo, así que cada uno se fue para su casa.
Antes de llegar a mi casa comencé a sentir que me caía de mi propio cuerpo, me senté en la vereda y miré al cielo y pude ver geometría formándose en todos lados; los colores se hicieron más intensos y las cosas se veían más nítidas.
Llegué a mi casa y me encerré en mi cuarto, ahí fue donde empezó todo.
Estaba recostado en mi cama mirando al techo y llorando. Por mi mente pasaban sin fin de pensamientos sobre mi vida. Oscurecía y empecé a notar figuras humanoides hechas de sombra que me rodeaban (en ese momento tenía la luz del cuarto encendida). Tenía miedo y no sabía si avisar a mi papá. Yo mismo me decía que todo estaba pasando en mi mente, pero eso no me quitaba el miedo. Lloraba como nunca he llorado antes y me arrepentía de muchas cosas que había hecho. Me levanté a apagar la luz y ahí fue cuando, frente a mí, vi una sombra humana con tres cabezas y tres ojos. Ya no pude soportarlo. Salí del cuarto gritando, aterrado. Un hombre me detuvo y le pedí auxilio. «¿¡Qué pasa hijo!?» me dijo. Me di cuenta que ese hombre era mi padre y continué pidiendo su ayuda. Me dijo que tomara agua y mientras lo hacía, comencé a contarlo las cosas que había hecho mal, lo poco que había valorado su cariño y lo mal hijo que había sido. Reflexioné sobre lo mal que había estado manejando mi vida y la poca importancia que había tenido hasta ese momento con mis seres queridos. Nunca le había preguntado a mi padre cómo se sentía emocionalmente y me di cuenta que nuestra vida en el mundo terrenal era muy corta como para andar preocupándonos de cosas sin importancia.
Valoremos a nuestros seres queridos, pues es lo único que realmente tenemos en este mundo terriblemente materialista.
Desde entonces le tengo un gran respeto a los hongos mágicos, pues me hicieron dar cuenta de cosas que tenía en frente, pero pasaba por alto.
–Arte de Seth McMahon–