Para empezar, esta no es mi primera experiencia psicodélica. He tenido experiencias con LSD y hongos (3.5g normalmente). Y decidí que ya era tiempo de una experiencia más intensa.
Quedamos con mi mejor amigo, pues juntos comenzamos con estos descubrimientos psicodélicos. Yo iba a comer 6g y él, 5g. Mientras yo los tomé en té, él se los comió así como estaban: secos.
Tomé 2 tazas del té de hongos que había preparado. En la segunda taza que tomé, ya se empezaban a sentir algunos efectos extraños. Definitivamente, esta fue la subida más fuerte que he experimentado. Tuve muchos momentos de relajación combinados con náusea, pero yo sabía que esa era la manera natural en que mi cuerpo reaccionaba a los hongos.
Comencé a sentirme incómodo en el sillón en el que estaba sentado y me levanté a ir por agua. Esperaba a que mi amigo estuviera preparado para partir, pues le habíamos pedido a otro amigo (nuestro tripsitter) que nos llevara a la cima de una montaña con paisajes maravillosos.
Durante el viaje hacia la montaña (nuestro tripsitter conducía), comencé a sentir realmente los efectos del té que había tomado. Miraba los árboles por la ventana mientras íbamos en ascenso. Los árboles comenzaban a bailar unos con otros, se movían al compás de la música del auto. Las hojas de otoño le daban una atmósfera muy surrealista, se transformaban ante mis ojos y rodeaban a los árboles como chispas mágicas. En el momento en que noté que todo era alucinación visual, me sentí abrumado, pero intenté mantenerme en calma para evitar un mal viaje. Creo que una buena mentalidad es imprescindible para sobrellevar experiencias muy fuertes.
Cuando llegamos a la cima de la montaña, bajé del auto y el mundo se rompió ante mí en figuras geométricas indescriptibles. Las hojas de los árboles tomaban formas caleidoscópicas y no dejaban de moverse. Hasta hace poco había estado leyendo sobre la secuencia Fibonacci y geometrías sagradas, y en ese momento reconocía esos patrones en cualquier lugar que se posara mi vista. No pude contener la emoción que me provocaba la belleza que tomaba forma frente a mis ojos y creo que en algún momento lloré.
Seguimos subiendo y llegamos a un punto en que se podía ver la extensión de todo el horizonte. De un lado se veían árboles del bosque y del otro lado, la ciudad.
Llegaba la hora del ocaso y los colores amarillos y naranjas me cegaban, no podía dejar de verlos aunque cerrara los ojos. Mi amigo se encontraba viendo el firmamento acostado sobre una mesa de picnic y decidí unirme a él. Me acosté en la banca de la mesa y miré en 90° hacia el cielo. Ahí los colores eran diferentes. Se notaba un azul oscuro que se difuminaba en naranja en sus bordes y en negro en su centro. En ese momento sentí como si alguien golpeara el cielo con un gran martillo y lo quebrara en millones de pedazos de cristal que salían volando y se movían cruzándose, chocando y combinándose unos con otros. Sentí una gran energía que bajaba del cielo y quisiera arrancar el alma de mi cuerpo desde mi nariz. Pero por alguna razón mi alma se rehusaba a salir, dejándome con una incómoda presión en todo el rostro. Aun así, no dejé de mirar al cielo y entendí, tristemente, que aún haría falta una dosis mayor para dejar llevarme hacia lo que me jalaba hacia arriba.
Después de esa increíble experiencia, volví a enfocarme en el extravagante ocaso dibujado en el horizonte. El sol llegó a ocultarse y me sentí apto de poder hablar nuevamente (en experiencias pasadas, habíamos tratado de comunicarnos con mi amigo, pero entramos en razón que la comunicación era casi imposible en ese estado). Traté de explicarle todo lo que había visto y sentido, pero solo atiné a decir “Es tan hermoso aquí arriba”.
Nuestro amigo tripsitter había estado escribiendo un poema mientras nosotros “viajábamos” en silencio. Cuando lo leyó, me identifiqué con cada verso, como si hubiera narrado exactamente lo que había experimentado allí. Nuevamente sentí que no podía contener las lágrimas. Lloré.
Nos quedamos en la cima hasta que oscureció y pudimos ver las estrellas. Me quedé viéndolas por largo rato, mientras más miraba hacia ellas, más aparecían. Iluminaban todo el cielo. Sentía que podía navegar a través de ellas.
Empezaba a hacer frío y decidimos regresar. En el camino podía ver rayas púrpura neón en la oscuridad. Ya había visto estas rayas en anteriores “viajes” de noche y me alegraba de poder verlas otra vez. Se veían impresionantes en la completa oscuridad.
Volvimos a casa de mi amigo y escuchamos a Pink Floyd hasta que nos sentimos bastante cansados. Fui a la cama pensando en cómo este día había sido el día en que ocurrió la mejor experiencia de mi vida.