Hace un tiempo que ya me había entrado la curiosidad por probar psicodélicos, así que me puse a averiguar cómo encontrarlos. Vivo en una ciudad tropical, así que no me resultó muy difícil. Conocí al dealer por medio de un amigo, éste me indicó cómo debía comer los hongos. Me dijo que tenía que hacerlo con mucho respeto.
Eran las 14:00 h. de un domingo algo caluroso. El dealer ya me había entregado 5 hongos, estaban secos. Fui a mi departamento, puse algo de música, prendí incienso y con algo de nervios me comí dos hongos. Sabían algo raros. Me acosté en la cama y esperé. Por un momento pensé que no me harían efecto. Ya había pasado media hora y la verdad no sentía nada. A los 45 min de haber consumido los dos hongos empezó todo.
Ahí estaba, acostada, con las luces de mi habitación apagadas, mirando el techo, cuando de pronto empecé a sentir una presión en todo el cuerpo, como si alguien o algo estuviera sobre mí. Me asusté mucho. No podía moverme. De pronto recordé las palabras del dealer: «Debes pedirles permiso. No te asustes. Abre tu corazón». Eso hice. Mentalmente decía: «Por favor, no me lastimen, les tengo mucho respeto».
Lo que voy a contar a continuación, es todo lo que puedo recordar, o, mejor dicho, explicar.
Era como si las paredes de mi habitación tuvieran vida, algo así como un aura. Eran muchos colores, todos fosforescentes. Aún estaba muy asustada, asombrada. De algún modo estaba consciente de que estaba bajo los efectos de los hongos, pero todo lo que veía era tan genial, que me dejé llevar. El espacio de mi cara hasta el techo, era como miles de capas de colores. Podía ver muchas formas, como mandalas. Todo estaba en constante movimiento, como si todo a mi alrededor vibrara. Estaba fascinada. Me levanté, fui a la sala. Todo se veía muy brillante, todo me parecía genial.
Regresé a mi habitación, algo mareada. En la mesa de noche vi esos 3 hongos que quedaban. No estoy segura por qué, pero sentí que debía comerlos y eso hice. Volví a acostarme, cerré los ojos y de repente todo se intensificó. Las formas, los colores, la sensación de existir. Podía sentir toda mi existencia de una forma que no puedo explicar. En ese momento sentí algo cerca de mí. Una presencia. Me asusté. No me atreví a abrir los ojos, estaba paralizada. Podía sentir que algo entraba por mi brazo izquierdo, ¡podía ver la energía! Era energía, de muchos colores y formas. Me asombré muchísimo y por mi brazo derecho salía otra forma de energía, también de colores. De pronto ya no sentía una sola presencia, eran muchas, me rodeaban. Podía ver muchos ojos, me miraban, con esa mirada de consuelo, como diciendo “Tranquila, todo estará bien”. Sentí ganas de orinar. Abrí los ojos, eran muchos colores. Estaba mareada. Llegué al bañó, oriné mucho, regresé, me volví a acostar y cerré los ojos. Los sentía, podía ver la energía entrando y saliendo de mi cuerpo. Podía sentir que me curaban. Sentía esa sensación de cuando uno está enfermo y mamá llega a cuidar. Esa se sanción maternal, esa sensación de estar protegida. Recuerdo que fui a orinar como 8 veces.
Luego me vi en otro lugar. “Ellos” me guiaban, no con palabras, pero de algún modo, los entendía. Me di cuenta que estaba muy alto, como volando y podía vernos a todos (la tierra, los árboles, los animales, el río, las montañas, los humanos, etc.) ¡TODOS ERAMOS PARTE DE UNA RED! Ver esto fue muy fuerte. Estaba muy asombrada. Era como como si todos respiráramos al mismo ritmo, como si todos fuéramos una sola cosa, un solo ente, una sola existencia. Todo lo que veía me llenó de mucha nostalgia. Eran muchos sentimientos que no puedo explicar. Entonces podía entender que ellos, los que me acompañaban, me decían: “¿Ves?, TODOS SOMOS UNO». No podía salir del asombro. Entonces pensé en las cosas malas que pasan en el mundo: en las guerras, en la pobreza, en el odio, en todo el daño que a veces hacemos sin darnos cuenta, y tuve una sensación tan horrible, fue tan triste, no podía parar de llorar porque podía entender que todo el daño que hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos. Luego me vinieron pensamientos bonitos, como el amor, la paz, la compasión, la felicidad y la gratitud. Nunca había sentido tanta gratitud. Pensé en mi familia, en mis padres, en mis hermanos, en el hecho de existir, estaba muy agradecida.
Después de eso me sentí aún más lejos, como si estuviera en otro mundo. “Ellos”, los que me acompañaban, ya no estaban. Ya no sentía miedo, ni tristeza. Recuerdo sentir paz, mucha paz. Podía sentir que mi cuerpo era como un punto. No sentía nada más. Entonces me vi en ese lugar. La verdad no puedo describirlo, sólo podía sentir la energía. Todo allá estaba bien, todo era PAZ.
Tuve esa sensación de llegar a casa, como regresar de un viaje a un lugar muy lejano y por mucho tiempo. Sentía que estaba de vuelta en mi lugar, en mi hogar. Todo se sentía muy cálido ahí.
Luego vi algo, o mejor dicho, sentí algo. Trataré de explicarlo lo mejor que pueda: Era como un reencuentro. No puedo decir muy bien con qué, pero sentí que era yo. Era como un reencuentro conmigo misma, con mi alma gemela. Pude sentir que esa presencia, esa energía, ese YO, me abrazaba, me cobijaba, y lloré. Lloré mucho, pero lloré de felicidad, lloré de gratitud, lloré de amor, de mucho amor. Sentí que me estaban regalando algo, algo que siempre había querido. No podía parar de llorar. Fue la sensación más fuerte que he sentido hasta ahora. No lo puedo explicar. Me sentía completa. Recuerdo que me quería quedar en ese lugar. Quería estar ahí siempre, pero ese YO, sin ninguna palabra, me hizo entender que debía volver, que aún tenía cosas que hacer, que aún debía crecer. Me calmé porque algo muy dentro de mí sabía que iba a volver a estar ahí, a estar conmigo.
Después me sentí otra vez en este mundo. No podía parar de llorar. Estaba muy feliz, estaba muy agradecida. Aún muy asombrada, abrí los ojos. Estaba mareada. Aún podía ver los colores, el aura de mis paredes, pero con menos intensidad. Vi la hora. Eran las 21:00 h. Habían pasado 7 horas desde que comí los hongos. Fue un viaje de unas 6 horas. Había perdido completamente la noción del tiempo.
De lejos, fue la experiencia más intensa que he tenido. Aún me siento muy agradecida por ello.
— Ilustración de Alex Tooth –