Fumé con un amigo (fue la primera vez). Elegimos la música que acompañaría al viaje y apagamos las luces de la habitación.
Yo fumé primero y él, después de que me hiciera efecto. Me explicó cómo debía hacerlo. Fumar lento y todo lo que den los pulmones, guardar el humo unos segundos y recostarse, una vez en esta posición, expulsarlo… y así fue.
La ventana comenzó a brillar en destellos de tonos dorados. Dejé de sentir mis piernas, me recosté sobre la cama, el cuerpo comenzó a vibrar, la música sonó cada vez más fuerte hasta escuchar como si estuviese sonando al revés. Mi cara, mi carne, deshaciéndose. Un hormigueo recorría desde la cabeza, bajando a los hombros, extendiéndose hasta mis dedos. Mis ojos caen lentamente y de pronto ya no estaba aquí. Había sido absorbida por un infinito.
Me encuentro directamente con el universo. Veo pasar estrellas fugaces y planetas plateados. Aparece una estructura que se forma frente a mis ojos a base de vidrios minúsculos de colores. Eran colores intensos. Flotaban esferas con brazos de hilos dorados que pasaban una y otra vez frente a mí. Descendían espirales en tonos tornasol. Entre el paso de las esferas aparecen pequeños danzarines con ropas hindúes, algunos con rostro de elefante y varios brazos. Estaban saltando de un lado a otro mientras pasaban a gran velocidad choques de electricidad muy fuertes. Me hablaban en una lengua que jamás había escuchado. Entendí algo como «¡Mira! ¡Mira!». Me invitaban a ser partícipe de esta fiesta tan extrañamente hermosa. Sentí una familiaridad con todo lo que podía observar. Sentía que ya había estado en este lugar antes. Me iba a estallar el pecho de tanta felicidad. Fue como morir y volver a la vida en una fracción de segundo, una conexión entre el universo y mi alma. Cada ser y forma que contemplaba estaban divididas en pequeñas partículas y cada una de estas tenían un color diferente. Estaban compuestos y constituidos de manera similar a la de un caleidoscopio. Estos seres reían y festejaban, danzaban hacia mí y terminaban rodeándome. Una de ellos comenzó a brincar de un lado a otro sobre mí, cada uno de sus pasos formaba un arcoíris escarchado. Como acto de inercia, abrí los ojos y ahí estaba ella sobre mí, brincando y riendo. La habitación ya no lucía como antes, todo vibraba. Comencé a reír. Ella agitaba sus brazos y me hablaba en esta lengua extraña. Entendí que me decía «¡Sígueme sígueme!». Se abrió un túnel en la pared de la habitación, una especie de umbral con fondo negro y a su alrededor espejos de colores en tonos morados y rosa. Sentí mi espíritu queriendo ir y aceptando esta invitación, pero algo me distrajo. Vi a mi amigo recostado al lado mío con los ojos cerrados, éste cambiaba de colores a gran velocidad, su cara se transformaba haciéndose a ratos su nariz más pequeña, sus labios más gruesos y luego delgados. Detrás de él había un “ente” azul sentado en posición de loto acariciando su cabello. Tenía brazos y piernas largas. Reí y entendí. Giré la cabeza y vi burbujas flotando posándose sobre mí. Cerré los ojos y vi un gran “ser” azul con tentáculos que me abrazaba, me mecía entre sus brazos y me entregaba paz. Estábamos descendiendo por el espacio hasta la habitación. Abrí los ojos y vi siluetas “casi humanas” que me observaban rodeándome, no tenían rostro, estaban vigilándome y entregándome calor. Uno de ellos se introdujo por mi boca y salió por mis pies purificando mi existencia. Lo repitió varias veces. Yo no dejaba de estar sorprendida. Parpadeé unos segundos y éstos “seres” comenzaron a desaparecer.
Miré hacia el techo con el cuerpo dormido. Una esfera de calor se posó sobre mi estómago, era como tener un gato ronroneando sobre el vientre. Mis dedos empezaron a moverse de a poco, levanté el brazo y acaricié mi abdomen. Aún en silencio, mordí mis labios y reí. Giré la cabeza y grité «¡Ctmaaaaaare, que huéa fue eso!». Mi amigo volvió y no paraba de reír de pensar en lo que había visto.
Fue como darme cuenta de que estamos ciegos. Esta realidad que vemos todos los días esconde un sinfín de cosas que no somos capaces de ver. Nuestra mente guarda una información maravillosa. Hay energías y seres que evitamos sentir, no sé.
Desperté del viaje con más humildad y la sensación de que no conocemos nada. Todos los viajes son distintos, ellos te muestran lo que necesitas ver o intentar entender. Todo lo que creas sobre cómo es no es así. Hay que estar abierto a lo que pueda entregarte esta experiencia. Hay cosas que no se recuerdan visualmente, pero la sensación queda impregnada en ti. Es como haber estado en un sueño, el tiempo ya no es contable. Es muy profundo e intenso, hay que tenerle respeto a esta sustancia.
— Ilustración de Yastronaut —