Alisté mi casa y me aseguré que ese día no tuviera visitas. También pedí a una persona de confianza para que me cuidara durante el “viaje”. Se trataba de un amigo muy experimentado en psicodélicos. Quedamos en que respondería con calma si alguna situación se tornaba turbia. Él se quedaría a un lado sin intervenir hasta que yo le pidiera que intervenga.
Fue en la mañana. Yo no había comido durante 15 horas. Preparé una taza de té con limón y unas pastillas para evitar las náuseas si es que estas se presentaban (no las necesité en toda la experiencia).
Antes de comer la dosis, conversé con mi amigo sobre las motivaciones que tenía para hacer ese viaje. Él me preguntó qué esperaba lograr yo con esa experiencia y le dije que lo hacía sin expectativas, que solo dejaría fluir la experiencia y que el río psicodélico me llevara a donde tenía que llevarme. Los 6.2 g que estaba a punto de ingerir los preparé exclusivamente para la ocasión. Buscaba una experiencia fuerte, un viaje potente que me llevara a los rincones más extraños de la consciencia. Algún efecto menor al que apuntaba lo hubiera considerado puramente recreacional.
Había sufrido de intensa ansiedad durante todo el año y había puesto todo lo que sé para desaparecerla: Rezos, ejercicio, meditación, terapia, medicación farmacéutica, entre otros, con logros limitados. A lo largo de ese tiempo me había intrigado el tratamiento terapéutico con hongos alucinógenos. Sin embargo, nunca los había probado porque me encontraba en rehabilitación por mi adicción al alcohol (así es… era un alcohólico… solía serlo). Llevaba 10 años sobrio y no estaba seguro si los hongos alucinógenos realmente me ayudarían con la ansiedad… Pero, como dice el dicho, “La gente solo cambia cuando el dolor de no cambiar se vuelve más fuerte que el dolor del cambio”. La ansiedad estaba ganando terreno, así que ya me había decidido muy bien por esto. Informé a mi esposa y a mi terapeuta sobre mi decisión y para mi sorpresa se mostraron comprensivos y me apoyaron en ello.
La experiencia:
9:28 a.m. Me comí los 6.2 g de una sola y los pasé con un poco de agua.
10:00 a.m. Comienzan los primeros efectos. Sentí mis miembros muy débiles.
10:45 a.m. Los visuales llegan. Todo, de repente, se sentía gracioso. Aún seguía consciente y cuerdo, pero me permití sorprenderme y disfrutar de los efectos visuales. Debido a la pesadez que sentía, voy gateando hasta el sofá y me acurruco en una gruesa colcha, tapándome de la luz y de los sonidos externos.
De aquí en adelante ya no hay sentido del tiempo. Los números en el reloj pierden todo significado para mí. Repetidas veces intento explicar a mi amigo (expectante en un rincón) lo que siento y lo que sucede, pero no puedo. Yo ya no era parte del mundo. Había tomado la decisión de atravesar un “pasaje”. Toda la existencia se convirtió en un “existe” y “no existe”, “es” y “no es”. Yo me encontraba en mi casa y al mismo tiempo no estaba ahí; yo era yo y simultáneamente no era yo. Había una fusión entre grande y pequeño, miedo y paz. Reí, porque nunca había entendido eso antes y en ese momento tenía sentido.
Luego llegó el momento. Me encontraba frente a una presencia tan poderosa que me aterraba, pero me veía obligado a estar frente a la presencia. Eso estaba ahí por una razón. Había algo que, indudablemente, yo tenía que aprender. El poder ante mí era físicamente inmenso, tal vez a escalas planetarias. Su mera presencia aplastaba mi alma con un peso tremendo. El poder estaba tan cerca de mí, que podía distinguirlo como una pared infinita. No había experimentado el verdadero temor hasta ese momento. Pero me fue revelado que este poder no era malévolo y tampoco benévolo, pero tampoco uno podía jugarse con él (o ella) o divertirse con su presencia. Era simplemente indescriptible. Intenté decir algo, pero una incontrolable emoción de respeto y reverencia me cayó de golpe y me mantuvo en silencio. Y me fue revelado que ese poder, el cual no podía ser controlado por mí ni por nadie, era, en efecto, yo mismo. El poder era yo… mantuve la calma, pero sentía crecer una ardiente pasión en mi interior y unas ganas de huir o evitar ese gran poder. Pensé que me volvería loco en ese estado (¿O ya lo estaba?). Fue ahí que recordé los muchos tirps reports que había leído antes de aventurarme a esta experiencia psicodélica y recordé los consejos de los psiconautas experimentados. Así que dejé que las cosas sucedan sin poner resistencia.
El poder era yo, y aun así era tan tremendo, que exigía mi temor y respeto.
Cuando tomé la decisión de dejarme fluir y ser guiado por la experiencia, mi espíritu se calmó. Me senté, con gran temor, pero al mismo tiempo placer. Sentí cada parte de mi cuerpo retorcerse de excitación. Experimenté fuerza y confianza y luego la fragilidad de una figura de porcelana. Esto llevó a mi mente y mi corazón a todo límite que estaban dispuestos a soportar. Mi mundo se achicó hasta convertirse solo en mi cuerpo y la colcha que me rodeaba. El tiempo desapareció. Me levanté y estaba dentro y fuera del “pasaje” al mismo tiempo. Tenía que ir al baño (aparentemente los recesos para ir al baño estaban permitidos por el inmenso poder).
Aún estaba lejos de descifrar el significado de todo esto. ¿Tocará esto mi ansiedad? Planeé fluir con el río y ver hasta dónde me llevaba. Algunos elementos de la casa me mantenían pegado a la realidad, los visuales eran intensos y se mezclaban con sensaciones, sentimientos y recuerdos, algunos alegres y otros oscuros. No me atreví a usar o intentar controlar el poder que había sentido, pero intentaría estar bajo su presencia de vez en cuando para reconocerlo y entenderlo.
Dejé la experiencia sintiéndome invencible y humilde al mismo tiempo.
Nota para los que se inician:
Creo, firmemente, que este “viaje” pudo haberse salido de control si no hubiera estado en el lugar correcto y con la persona correcta. Sugiero que se lea y se investigue todo lo que se pueda antes de aventurarse a una de estas experiencias. Algunas personalidades puede que no estén preparadas para ver o conocer las cosas que los psicodélicos enseñan.
– Imagen del artista John Speaker –