Cuando era joven, solía fumar DMT en el pico más alto de un viaje de LSD para que el efecto del DMT sea más duradero.
Fue en vacaciones de navidad cuando planeé mi viaje de LSD con DMT. Yo estaba solo en casa.
Había una mujer a la que le rentábamos un cuarto en el segundo piso. Se suponía que ese día estaría en Minnesota. Ella era actriz, muy bien proyectada y de buenos instintos; y aparentemente había regresado temprano de sus vacaciones de navidad. Cuando entró a la casa, comenzó a golpear la puerta de mi cuarto. Yo suelo ser, por naturaleza, una persona bastante paranoica. Es decir, puedo encontrarme en medio de la Amazonía, apartado de la civilización, fumando un porro, y si escucho una ramita partirse cerca de mí, inmediatamente escondo todo. Entonces, esta mujer, llamada Rosemery, cuando comenzó a golpear la puerta de mi habitación, me asusté tanto que pensé que me daría una trombosis coronaria. Yo estaba en medio del hiperespacio con duendes chillando y charlando conmigo y enseñándome cosas. El susto me hizo brincar tan alto que me puse de pie de un solo impulso.
Aquí sucede lo extraordinario… la adrenalina o el movimiento repentino que sentí, rompió la berrera que separaba las alucinaciones con el mundo real y en cuanto abrí los ojos, había traído conmigo todo el mundo del DMT. Traje el “viaje” directo a mi habitación.
Yo estaba parado con los ojos abiertos y los duendes del DMT estaban ahí conmigo, rodeándome. Todo, de repente, había tomado mucha intensidad.
Había unas formas geométricas rotando en el aire con movimientos espasmódicos haciendo sonidos metálicos y volando por la habitación. Eran como triángulos de plástico brillante y colorido. Cada una de estas formas tenía una letra escrita en su superficie, era como una especie de lenguaje alienígena, y se impulsaban en las paredes e iban de un lado al otro, rebotando, mientras dos duendes me cogían las manos y yo estaba como: “Holy shit!”.
La puerta seguía sonando con los golpes de Rosemery, así que avancé hacia la puerta y la abrí. Miré directamente a la chica y le dije algo como “Ducri waky evil morring wam aptipuputichnik” (balbuceos). Y en ese momento ella se dio cuenta de cuál era mi problema y procedió a retirarse.
Nunca olvidaré que esa fue la primera vez que se manifestaron de esa forma. No solo los veía y los oía, sino que estaban ahí, imprimiendo mensajes en el aire, intentando comunicarse conmigo en nuestra realidad. Fue muy curioso.